lunes, 18 de octubre de 2010

“Evocación lluviosa” de Gioconda Belli


Me pregunto como puedo reirme con tanta tristeza,
entre tanta flor mojada y asfalto brillante y lavadito de lluvia.
Me pregunto como puedo sentir esta sensacion de triunfo
cuando la derrota de no tenerte es un hecho
y tus manos estan lejos de mis manos
y las gotas que voy lavando
chupando de tu cara con mis besos
no son mas que imaginacion, que este deseo de rescatar
el territorio del recuerdo las cosas que sentia
cuando vos eras de carne y hueso y no esa figura lejana
acariciada por mis pensamientos.
Sin embargo, esta noche, brillante te siento llena de mi
en la lejania, llena de mi sudor, mi saliva, del olor de mi piel.

Te siento cantando, caminando,
llevándome entre las manos como un pajarito
y siento tu amor entre las nubes que me mojan,
envolviendome con su calorcito, su música
y siento tu mirada luminosa, transparente,
atravesando mis ojos con su color de hierba,
de mar de cosas lindas,
y sos mi amor, mi sábana, mi cama, mi almohada,
mi cuaderno, mi pluma,
sos tan real como estas ganas de reirme
que tengo por sentirte cerca,
por tenerte, por no tenerte, por haberte tenido,
hoy por hoy, por mañana por todos los dias.


Hace tiempo a una amiga mía, una gran dama le comentó que Gioconda Belli es una autora que toda mujer debería leer. Ayer, mi amiga me regaló una colección de poemas de esta escritora; un regalo para todos los sentidos. GRACIAS LORE, un honor y un placer compartir estos pequeños pero enormes detalles contigo.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Mañanas, tardes y mediodías



Otra mañana en la que después de rutinear cafés, saludos 2.0 y búsquedas infructuosas de trabajo, me enfrento a mi cuaderno: bolígrafo, hojas cuadriculadas y palabras en espiral.
Me siento en blanco, tan pálida como el reflejo del sol de invierno en mi piel, tan pálida cómo sólo yo sé sentirme. Tan invierno como este otoño en el que el viento no me trae ni su recuerdo ni las promesas que nunca cumplió. Tan otoño como tú, que dejas que mis letras caigan sobre tu piel como las hojas secas; tan otoño como yo que procuro negarme tu imagen para poder arrancarte de estas hojas, de estos ojos.
Otra mañana que se encamina hacia la tarde dejando que el viento la despeine sin preocuparse por ello, estas mañanas descafeinadas que me saben a antiguos despechos; mañanas nostálgicas de otoño, de mantas; de cafés en la terraza observando cómo el suelo del parque se va tiñendo con el ocre de las hojas secas de este cuaderno marchito… a veces amigo, a veces desafiante.
Mañanas que en un suspiro se convierten en mediodías, donde soles otoñales se reflejan en mis ojos para caer rendidos sobre la espiral de palabras que se dibuja en estas hojas.
Mañanas, mediodías y tardes, todos fríos; todos mantas y chocolates calientes que me sonrojan porque me recuerdan al sabor de sus besos en mi espalda, jugando con mi duende… y otra vez mis hadas me hacen cosquillas porque pienso en ti.
Mañanas que al desvanecerse, se vuelven pasado cercano; y tardes que traerán algún descafeinado más con sabor a muy posibles desengaños, a mariposas que no volarán hasta bien entrada la primavera.
Mañanas y tardes; mediodías que dejarán preguntas y mensajes sin responder porque sus letras caen como hojas secas en el olvido. Mañanas que te niegan y tardes que me afirman. Mediodías que cuestionan estas hojas… y estos ojos que se preguntan si estas palabras secas tendrán algún sentido.



domingo, 10 de octubre de 2010

La mochila de Mara

Eso no era vida, se repitió por enésima vez a sí misma mientras se desmaquillaba. No era la primera vez que se miraba al espejo con ojos llorosos, vacíos, oyendo correr el grifo del lavabo tan lejano, tan ajeno a sus pensamientos, que parecía que observaba la escena desde la puerta del baño, sin querer reconocerse.
Llevaba un año sumergida en una historia que no tenía sentido alguno, que nunca debió empezar y que ya no sabía cómo parar. Las ideas daban vueltas en su cabeza, tan rápido, que tuvo que agarrarse con fuerza al lavabo para intentar parar el mundo, el tiempo y su agitada respiración. Para apagar sus sollozos.
Volvía a mirarse a sí misma desde fuera mientras insistía en el propósito de acabar con todas las mentiras, con ocultar sentimientos y esconder una doble vida que la apuñalaba una y otra vez.
Armando se había convertido en “un todo” para ella, era su amigo, su corazón y su perdición. Pero otra vez la había dejado tirada en el último momento; otra noche más en la que, ya terminada de arreglar, había estado esperando cigarro tras cigarro a que él apareciera. Aquella noche en concreto era su aniversario, y como siempre se había estado engañando toda la tarde; emocionada se puso el modelito que había comprado para la ocasión, se maquilló convencida de que su querido Armando llegaría a buscarla a su hora con algún regalo y un ramo de claveles rojos y blancos; esta vez no faltaría a su encuentro porque él adoraba a su alma gemela y sería incapaz de lastimarla en un día tan señalado…
Se conocieron por casualidad, tomando café en el Starbucks de Plaza de España, en aquel lluvioso día de Septiembre; ella contemplaba las vistas que la segunda planta de aquel establecimiento ofrecían de su rincón favorito de Madrid, la amenaza de la llegada del otoño le habían impedido disfrutar de su capuchino con chocolate en el césped, como solía hacer durante el verano. Su cuaderno descansaba en su regazo mientras rebuscaba en las gotas que mojaban el cristal, palabras que rimaran con olvido.
Armando apareció de la nada, devolviéndola de golpe a la realidad; quería saber si el sofá en el que reposaban su abrigo y mochila de cuero estaba ocupado; parecía ser el único sitio libre del local. Retiró sus cosas para que aquel desconocido pudiera compartir mesa con ella. Como comenzaron a hablar no lo recordaba, pero sí podía describir perfectamente la sensación de desconsuelo que la invadió al fijarse en que el guapo y carismático caballero, que le estaba haciendo compañía, lucía un anillo en su anular.
Cuando él le entregó su tarjeta antes de despedirse con un “llámame algún día para tomarnos juntos otro café tan delicioso”, ella se juró romperla.
Dos días más tarde habían quedado para dar una vuelta por el centro de Madrid, él no hizo comentario alguno acerca de su estado civil, aunque en todo momento se percató de cómo Mara echaba miradas inquisitorias a su anillo. Mejor no decir nada, no prometer nada, mejor sólo disfrutar de aquellas horas en tan grata compañía. A la mañana siguiente, en su despedida, ella se volvió a prometer romper la tarjeta y él se aseguró de que ningún tipo de pacto se sellara con aquel beso.
Mara volvió a mirarse al espejo, a observarse desde fuera; a agarrarse al lavabo, preguntándose por que no había roto la tarjeta. Un año después seguían juntos, y en las noches que habían compartido, las promesas y las conversaciones sobre el futuro se habían entrelazado con sus cuerpos.
Armando no siempre podía escaparse o tenía que abandonarla en mitad de la noche para volver con su mujer; contaba historias sobre lo mal que funcionaba su matrimonio, y aseguraba que de quien estaba realmente enamorado era de ella. Era capaz de detallar mil clichés más que le hacían sentir parte de una pésima telenovela sobre triángulos amorosos. Mara ya no buscaba palabras que rimaran en sus poesías y había dejado de ser feliz; ya no existía aquella grandiosa mujer capaz de mirar desafiante al destino y manejarlo a su antojo, era víctima de sus propias circunstancias que la dejaban sin fuerzas para luchar por algo que no fuera aquella supuesta relación.
Una vez que se terminó de desmaquillar, guardó su precioso vestido y se puso el pijama. Decidió empezar y acabar la botella de ron que había comprado para cuando regresaran de su cena; la vieja y reiterativa promesa de acabar con ese amor la martilleó toda la noche. Su alter ego, que observaba silencioso desde la puerta, dibujó una mueca en su cara, una especie de sonrisa condescendiente; sabía perfectamente que cuando Armando llamara de nuevo, aquella borracha tirada en el sofá, volvería a vestirse con su mejor sonrisa y maquillarse con todas las promesas que nunca debieron hacerse.
@AveKaesar, los que escribimos te dedicamos este post