miércoles, 9 de febrero de 2011

Un sueño por otro (Proyecto "Mundos paralelos")

Hoy es el quinto "Mundo paralelo" y el tercero construido a partir de las pautas de nuestros seguidores.


Las pautas de hoy nos las deja Nicson, de él sólo sabemos que es un seguidor de este proyecto. Le podéis encontrar http://denicson.blogspot.com/ ahí están los enlaces para sus diferentes blogs.


Sus pautas son:


1.- Francisco, 40 años, separado (no divorciado). Un hijo con su esposa.
2.- Patricia, 34. Esposa de Francisco. No logra la estabilidad en muchas áreas de su vida.
3.- Diego, 19 años. Escapa de un centro de rehabilitación. Mala relación con sus padres.


Os recordamos que podéis dejar vuestras pautas en los comentarios de cualquiera de los dos blogs y nosotros escribiremos la historia.


Muchas gracias por leer, les dejamos con la historia de hoy.
Un saludo.

Un sueño por otro



Patricia colgó el teléfono, se sentó en el sofá y encendiendo un cigarro pensó en escaparse a otro país, quizás al Caribe o a la India, con la firme promesa de no regresar ni contarle a nadie donde poder localizarla.


34 años ya, 34 años y no había acabado su carrera, lo fue aplazando desde que Francisco y ella decidieron comprarse la casa, y un par de años más tarde casarse, el trabajo para pagar la hipoteca y las facturas no la dejaba tiempo para estudiar. Cuando llegó Diego, la idea de terminar sus estudios fue pospuesta aún más; para ese entonces su marido ya era director de ventas y podían mantenerse los tres con su sueldo.


Ella estaba encantada de pasar el día con su niño, pero aunque eso la hiciera la mujer más feliz del mundo, sentía un hueco en su puzzle, faltaba un pieza; Diego crecía rápido y Francisco alargaba cada vez más sus viajes de empresa.


Aquella joven emprendedora, decidida e independiente, se había convertido en un ama de casa, mantenida por su marido, igual que su madre, y a pesar de haber aprendido que era un trabajo valioso, duro y satisfactorio, ella nunca quiso verse en esa situación.


Según pasaban los años, el rompecabezas parecía más incompleto, era como si su futuro estuviese dando marcha atrás, y el cuadro que una vez pintó, se estuviese descomponiendo. Culpaba a su familia de su vacío, cuidar de ellos, los dos hombres más desagradecidos, la había dejado sin tiempo para cuidar de si misma.


Supo que Francisco se veía con alguna que otra amiguita, mucho antes de separarse, y callaba porque no podía aceptar el hecho de que su matrimonio fuese un fracaso, su matrimonio, por el que había cambiado su vida profesional, sus estudios. La separación fue inevitable, pero no estaba dispuesta a aceptar el divorcio y parecía que a su marido eso no le importaba.


Patricia se levantó del sofá y llamó al que todavía era su esposo.


- Dígame – Contestó él sin ganas.


- Hola Francisco, tenemos malas noticias desde el centro


- ¿Qué ha hecho esta vez tu hijo?


- Se ha escapado.


- Pero.. ¿Cómo? Les estoy pagando una pasta para que saquen a mi hijo de las putas drogas y le dejan escaparse... Me van a oír.


- Bueno, tranquilízate, voy a intentar localizar a sus amigos a ver si ha dado señales de vida.


- Esta bien, Patri, llámame en cuanto sepas algo.


Colgó y volvió a sentarse para fumar otro cigarro y pensar en lo bien que estaría en Cuba, en La Habana, paseando por el Malecón del brazo de algún morenazo, mucho mejor allí que aquí, arrinconada en el sofá de aquella casa; una casa que hacía tanto tiempo que no era un hogar, que parecía que nunca lo había sido.


Desde que Francisco se marchó a vivir con la pelirroja explosiva de su oficina, sólo había conseguido trabajar en algún trabajo temporal que no la llenaba, y en las contadas ocasiones en las que había salido a disfrutar de una cita, no llegó a congeniar lo suficiente como para quedar para otra ocasión. Seguía enamorada de su marido.


Podría haber sido el mejor momento para volver a estudiar, pero con Diego metido hasta el cuello en las drogas no podía concentrarse. No lo habían visto venir, no se explicaban como era posible que su hijo estuviera tan enganchado a tantas drogas sin haberse dado cuenta del proceso que le había metido en ese pozo.


Se culpaban a si mismos, se culpaban el uno al otro. Su madre siempre le guardó algo de rencor porque ocuparse de él había significado perder su identidad; y su padre siempre prefirió pasar los fines de semana con alguna secretaria bombón que jugar al fútbol con él.


Realmente Diego, a sus 19 años, no tenía un problema con las drogas, sabía muy bien lo que hacía y podía dejarlo cuando quisiera. Su única pretensión era divertirse con los amigos y olvidarse de las dos personas más amargadas que había conocido, y que, a sus ojos, sólo querían amargarle la existencia.


Encerrarlo en un centro para drogadictos, de verdad creían que así lograrían recuperarlo, se preguntaba y se contestaba que se equivocaban. Él no necesitaba ningún tipo de terapia ocupacional y en cuanto pude se escapó de allí; seguro que Charlie podría darle “asilo político” hasta que encontrara su propio nido. Alguna vez había trapicheado para él y ahora podría dedicarse al negocio y pegarse la buena vida, sin tener que dar explicaciones en su casa. Era un buen plan, el mejor.


Patricia estuvo marcando números toda la tarde, pero no localizó a nadie que pudiera decirle nada de su hijo, volvió a llamar a Francisco.


- No Patri, no tengo el teléfono del tal Charlie con el que siempre anda tu hijo.


- Estoy segura de que está con él, estoy segura.


- Bueno, ¿Los del centro te han dado alguna explicación? Supongo que nos devolverán el dinero que les pagamos


- ¿Eso es lo que más te preocupa? Tu hijo, drogadicto, está desaparecido y tú sólo piensas en lo que te cuesta el centro de rehabilitación...


- Patricia, deja de desviar la conversación para poder echarme en cara mis defectos; del dinero ya me encargaré yo, como siempre... además sabes de sobra que entre hoy y mañana tu hijo se presentará en tu casa. De eso estoy seguro, yo.


Después de discutir un buen rato y colgar el teléfono, Patricia volvió a su sofá y a su cigarro, ya sólo le quedaba esperar y esperó hasta que a la mañana siguiente sonó el timbre despertándola.


Francisco tenía razón, allí estaba Diego, con síntomas de estar todavía algo colocado de la noche anterior; sin saludarla, sin apenas mirarla, y sin querer escucharla. Se dirigió a su habitación, cogió ropa, el portátil y algunas de sus pertenencias más preciadas mientras su madre suplicaba, lloraba y gritaba para retenerlo.


Lo único que Diego la dijo justo antes de salir fue:


- Por fin has conseguido apartar a todos de ti, para poder tener todo el tiempo del mundo para dedicártelo a ti misma.





Y en un mundo paralelo:
http://mundosparaleloskaesar.blogspot.com/2011/02/la-vida-sonada.html

jueves, 3 de febrero de 2011

Desorientada (Proyecto "Mundos paralelos")

Hoy es el cuarto "Mundo paralelo" y el segundo construido a partir de las pautas de nuestros seguidores.

Las pautas de hoy nos las deja Kitty una compañera de twitter, de la que admiramos la pasión y romanticismo en sus letras. Pueden conocerla mejor en su twitter : @kittyYbarra o en su blog: http://kittyybarra.blogspot.com/ o en su Tumblr: http://kittyybarra.tumblr.com/ .

Sus pautas son:

1- Laura despierta una mañana sin memorias, con una agenda llena en la mano.
2-En algún momento se da cuenta que alguien la está siguiendo.

Les recordamos que pueden dejar sus pautas en los comentarios de cualquiera de los dos blogs para que nosotros escribamos vuestra historia.

Muchas gracias por leer, les dejamos con la historia de hoy. Un saludo.

Desorientada


Laura se sentó derrotada, cansada en el banco de aquel parque. Sin duda debía estar siendo el peor día de su vida, aunque fuera incapaz de recordar ningún otro anterior con el que poder compararlo. Se quedó mirando al cielo intentando poner en claro todos los acontecimientos de la mañana.

Se despertó sin memorias, en un apartamento vacío; desorientada, aterrorizada y sola, muy sola. Parecía gobernarse por instintos mientras intentaba recordar quién era, mirándose al espejo y hojeando una y otra vez una agenda llena de datos: nombres, lugares, números, textos sin sentido, inconexos los unos con los otros. Lo lógico habría sido recurrir a la policía o ir a un hospital, pero en esas primeras horas la idea ni pasó por su cabeza.

Supuso que su nombre era Laura porque estaba escrito en la primera página de su agenda, justo encima del dibujo de una espiral idéntica al tatuaje que ella tenía en la muñeca.

Salió a la calle después de mucho pensarlo, observó a los desconocidos esperando y temiendo que alguno la reconociera; se sentía mareada, como si la hubieran drogado. Tenía ganas de tomarse un café. Como era posible que no supiera cómo se llamaba a ciencia cierta, pero sí pudiera leer, o recordar el olor del café recién hecho y que había que pagar por tomarlo en una cafetería. Mientras pensaba en esto rebuscó en sus bolsillos y encontró algunas monedas sueltas, vio un bar, entró y se sentó en la barra.

- Un café con leche, por favor.

- ¿Un mala noche? – Contestó el camarero mientras preparaba el café

- ¿Nos conocemos? – Su voz sonó un tanto desesperada.

- No, sólo un comentario, espero que no le haya molestado.

Laura prefirió quedarse en silencio y volver a revisar su agenda en busca de algo que le diera una pista sobre su identidad, mientras tomaba el café. En la última página había escrito un nombre “Raquel” y el nombre de un restaurante “Mesón extremeño”. Decidió empezar a buscar por ahí, parecía lógico que ese fuera el último sitio en el que hubiera estado, y desandar sus pasos era lo más coherente. Pagó el café y le preguntó al camarero si cerca de allí habría algún restaurante con ese nombre.

- Sí, señorita, está a dos manzanas de aquí subiendo esta calle, pero anoche… bueno, parece que no ha visto las noticias, anoche hubo una explosión en ese local y no creo que pueda tomarse nada allí.

- Usted dígame donde está y ya me preocuparé yo de encontrar un sitio para comer.

Había sido muy ruda, pero en sus circunstancias poco le importaba.

Cuando llegó al lugar indicado, había un cordón policial que rodeaba el local, y por supuesto, cientos de curiosos a su alrededor. Se acercó todo lo que pudo, preguntándose si ella habría tenido algo que ver con aquella explosión o con alguna de las personas que habían perdido la vida la noche anterior.

Se volvió hacia una señora mayor que estaba de pie, justo a su lado, parecía muy afectada, incluso se sintió algo conmovida por la expresión de su rostro.

- Perdone, señora, ¿Sabe si Raquel se encontraba anoche dentro?

La anciana pareció no escucharla y siguió absorta mirando el ir y venir de policía, bomberos y equipos médicos. Quién sí pareció escucharla fue un joven.

- ¿Conocías a la dueña?

- Eso parece

- Nunca te he visto en el restaurante y tengo muy buena memoria para las caras.

- No solía venir mucho

Se dió media vuelta y volvió a andar sin rumbo, lo único claro que tenía era que era probable que en algún momento había estado en esa ciudad, cuyo nombre ni siquiera sabía, y había hablado con Raquel.

Con la poca calderilla que tenía, compró un periódico para informarse de lo que decían acerca de la explosión y se dirigió al parque que estaba enfrente del quiosco a leerlo. ¿Sería el momento de hablar con la policía o dirigirse a un hospital? Prefirió seguir allí, leyendo; era curioso que el nombre de la ciudad que aparecía en el periódico no le resultara ni siquiera un poco familiar, y en cambio, pudiera recordar todas y cada una de las capitales mundiales. La frustración volvió a apoderarse de ella y se sumergió en la agenda buscándose a sí misma.

Ningún dato le daban siquiera una pista; decidió llamar a un número de teléfono que estaba en la página anterior del nombre del restaurante. Un número que parecía pertenecer a un hombre llamado Pedro.

Al levantarse del banco vio una cara que le era familiar, pero no porque la asociara con un recuerdo de su pasado, era una mujer que había entrado a comprar tabaco en el bar donde había estado tomando café; también le pareció verla entre la multitud de curiosos que se agolpaban alrededor del mesón. Demasiadas coincidencias, estaba claro que la estaba siguiendo. Empezó a andar deprisa, otra vez sin rumbo, casi corriendo, presa del pánico. Unos minutos más tarde parecía haberla perdido, se acercó a una cabina de teléfonos que había al otro lado de la calle y llamó a cobro revertido al supuesto número de Pedro.

- Lo siento señorita, pero nadie coge el teléfono, si quiere pude intentarlo más tarde. – Ante esta respuesta de la operadora, Laura se derrumbó y apooyada en la cabina, sin importarle la gente que paseaba por la calle, se echó a llorar y no levantó la cabeza hasta que oyó una voz que la llamaba y notó una mano que la agarraba suavemente del brazo.

- Laura, tranquilízate y acompáñame.

Al levantar la vista reconoció a la mujer que estaba persiguiéndola. – ¿Me conoces? ¿Quién eres? ¿Quién soy? ¿Qué está pasando?

- Laura, tranquilízate, tienes las respuestas. Venga, acompáñame.

- ¿Las respuestas? ¿En la agenda? No hay nada ahí que me diga quién soy – En ese momento se percató de que en la muñeca de la mano que la agarraba también había una espiral tatuada, idéntica a la suya. - ¿Quién eres?

- Laura, ven conmigo.

- No, quiero que me digas que está pasando o no iré contigo a ninguna parte. - Al no encontrar la respuesta que esperaba, se soltó del brazo que la agarraba y salió corriendo de nuevo.

Se quedó sin aliento apoyada en el escaparate de una tienda de muebles, recuperando las fuerzas. Justo cuando decidió dirigirse a la policía, en contra de su instinto, se fijó en el nombre de la calle en la que estaba y el corazón le dio un vuelco. Esa dirección estaba en la agenda; lo comprobó: “C/ Paseo del Mar de Plata, 35, 3ºB”.

El portal estaba abierto, en el buzón no aparecía ningún nombre, y subió al tercer piso decidida. Llamó al timbre nerviosa, pero cuando se abrió la puerta quedó petrificada. Al otro lado de la puerta estaba la señora mayor que había estado junto a ella, observando las labores de rescate en el restaurante; y esta vez no sólo la habló, sino que también pareció reconocerla.

- Laura, ¿Qué haces aquí? Tú ya no deberías estar aquí.

- ¿Me conoces? ¿Quién soy? ¿Qué está pasando?

- Laura, tú ya no deberías estar aquí.

- Eso ya me lo ha dicho, dime quien soy, por favor, dime que está pasando… - sollozaba y temblaba, suplicaba.

- Tú tienes las respuestas, ya no perteneces a este lugar. – Dijo cerrando la puerta. Después de ese gesto, lo único que le quedaba era buscar una solución con las autoridades, no comprendía nada, no hacía falta tener recuerdos con que compararlos, sin duda lo que sentía en ese momento, era lo peor que había sentido en su vida.

Volvió a la calle buscando oxígeno, intentando respirar y se sentó en la acera, mirando la agenda. Sólo sabía que se llamaba Laura y que ya no pertenecía a un hogar de la calle Mar de Plata. Agachó la cabeza entre las piernas e intentó tomar fuerzas.

- Laura, ven conmigo. – Volvió a oír la voz de la mujer que la había estado siguiendo.

- No pienso ir a ninguna parte contigo, Raquel. – Se sorprendió a sí misma y levantó la cabeza. Raquel la sonreía y acariciaba el pelo; por fin reconocía a alguien; aquella mujer era una amiga de su abuela que la había contratado de pinche en su restaurante hacía una semana. – Raquel, ¿Qué está pasando?

- Lo siento, Laura, lo siento muchísimo.

- ¿Quieres decir que..?

- Sí, Laura, ¿Me acompañas?

- ¿Dónde vamos?

- Al único sitio al que podríamos ir.

- No nos dio tiempo a avisar a los clientes, ¿verdad?

- No, fue rápido... explotó todo en cuanto empezó a oler a gas; lo siento, mi niña, todavía nos quedaba mucho por vivir, sobre todo a ti y a Pedro.

Y en un mundo paralelo:
http://mundosparaleloskaesar.blogspot.com/2011/02/veinticuatro-horas-con-laura.html

martes, 1 de febrero de 2011

Podría escribirte los versos más cursis esta noche.

Piratas de amaneceres sin dueños.
Lazos que atrapan libertad.
Tropiezo con cantos y sueños,
en los que vendes zapatitos de cristal.

Besos de versos te recitaría,
y compraría pícaras estrofas;
para, en noches de lunas frías,
calentarnos al romper de las olas.



Entropía, lapiceros y un guiño,
son juguetes rotos que nunca tiramos.
Somos viejos que pretenden ser niños,
seremos peces de papel navegando.


Ocurrirán eternidades y vidas;
y en lo que aprendo a olvidarte,
ire alquilando poemas sin salidas
escritos en billetes a ninguna parte.