jueves, 29 de julio de 2010

“La canción del Pirata” de José de Espronceda


Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, El Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar riela
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Istambul:

Navega, velero mío
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Allá; muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí; tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pechos mi valor.

Que es mi barco mi tesoro (...)

A la voz de "¡barco viene!"
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.

Que es mi barco mi tesoro (...)

¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna antena,
quizá; en su propio navío
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.

Que es mi barco mi tesoro (...)

Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.


Mi poema favorito, con diferencia (lo puedo recitar de memoria desde que tenía 16 años). Para mí, mucho más que un canto a la libertad, más que un mito poético. Es un trozo de mi alma hecho palabras.

miércoles, 28 de julio de 2010

Insomne

No conseguía dormir, invocaba a Morfeo, al hombre de arena; le rezaba cada noche a San Valium, y nada conseguía.


Los días que podía dormir se despertaba intranquilo, tenía sueños bizarros, kafkianos, pero lo más extraño de todo es que no conseguía recordar nada, ni imágenes, ni palabras… sólo esa sensación desagradable que le acompañaba a todas horas.


No eran pesadillas, no había sobresaltos; de eso estaba seguro. No le perseguían, no corría por pasillos interminables, no sentía miedo. El tener plena conciencia de lo que no pasaba en sus sueños le parecía escalofriante al no poder rememorarlos.


Cuanto menos dormía, menos comía y más demacrado se le veía. Su metro con ochenta y tres de estatura despuntaba al ir perdiendo peso: los huesos marcados, la piel pálida. Perdía fuerzas y perdía la sonrisa. Nunca había sido un cascabel que anunciara la llegada de la alegría, pero era una compañía bastante agradable. Fue bastante agradable, hasta que su carácter se empezó a agriar por la falta de sueño.


Nunca estuvo acostumbrado a compartir sentimientos o estados de ánimo, tampoco había sentido la necesidad de hacerlo; reservado era un calificativo que podría describirlo muy bien. A nadie le sorprendió que cada vez estuviera más encerrado en sí mismo, y a él mucho menos: “a quien le iba a interesar escuchar divagaciones tan inconcretas sobre algo que ni él mismo podría definir” –pensaba.


Hubo momentos en los que se planteó buscar un psicólogo, psicoanalista, psiquiatra o psucedáneo, pero tampoco había sido nunca devoto de la medicina moderna ni de terapeutas. ¿La medicina natural?, ¿las terapias alternativas? Pura charlatanería. Es verdad que claudicó ante la magia de la química para provocarse el sueño, cuándo ya estuvo desesperado; y cómo comentábamos en un principio tampoco parecía causar efecto.


Su carácter, su estado de salud y su círculo social se vieron totalmente desmoronados. Dejó el trabajo sin carta de renuncia o explicaciones; ni contestaba llamadas ni las devolvía. No compraba, no limpiaba. Parecía que su única meta en la vida era palidecer y adelgazar.


¿Familia? Sólo le quedaban un par de primas con las que tenía trato de postal navideña y llamada en cumpleaños. Sus amigos nunca habían pasado de ser compañeros de trabajo o colegas del barrio. Nadie le echaba en falta lo suficiente como para preocuparse; si acaso pensaban en él, los administradores de su empresa a los que les faltaba su firma en algunos papeles.


Había pasado de ser una persona tranquila y moderadamente feliz, a un ser huraño, fotofóbico, al que no le interesaba lo más mínimo ni su propio reflejo. Definía la vida como una anodina sucesión de tiempos medidos en días, horas, años… como prefirieras acotar el transcurso de tu existencia, también carecía de importancia para él. Conciencia, consciencia, subconsciente, realidad y fantasía se fundieron en una tangible verdad: la penumbra de su encierro.


Dejó de rezar a San Valium para empezar a implorar a La Parca, a rogarla que le alejara de ese calvario. En plena penitencia oyó algo parecido a un estruendo lejano, voces remotas que le llamaban por su nombre. Volvió a sonreír, después de tantas súplicas, veía la luz por la que se tendría que encaminar para cruzar al otro lado. Habían venido para llevarse su alma, despojarle de su cuerpo mortal.


Tuvieron que sujetarle entre varios policías y auxiliares para colocarle la camisa de fuerza; no se explicaban cómo un hombre tan raquítico oponía tanta resistencia a ser trasladado al manicomio. Por el camino, a pesar de todos los tranquilizantes que le inyectaron, no dejó de gritar: “Intentad recordar al despertar”.

lunes, 26 de julio de 2010

Old Forester


Se encontró otro día más frente a las hojas en blanco. Le miraban amenazantes, desafiantes. La única manera que tenía para hacerlas frente era… servirse otra copa de Old Forester.

La soledad que tanto había necesitado buscar años atrás para poder concentrarse, ahora era su única compañía. El último en abandonarle fue su editor, cansado de esperar esa obra maestra que tuvo a punto de finalizar durante tanto tiempo. Siempre que se sentía tan seco de ideas… se servía otra copa de Old Forester.

Intentaba escribir sobre algún personaje inventado, un álter ego vividor y mujeriego, ladrón de guante blanco, fumador compulsivo; pero nunca pasaba de la descripción. Otras veces creaba escenarios del crimen perfecto en su cabeza, que no conseguía plasmar en el papel. Historias románticas, historias de corazones rotos; probó todos los clichés. La única manera de calmar la desesperación era… servirse otra copa de Old Forester.

De vez en cuando revisaba los fondos de sus cuentas de ahorro y le tranquilizaba recordar lo prolífico y excelso autor que había sido desde joven; había seguido los pasos de su padre, que tantas puertas le abrió. Su apellido le ayudó a crearse un nombre rápidamente entre los más vendidos, y por suerte, entre los más reconocidos. Resultaba conveniente saber que tenía suficiente dinero como para subsistir un par de años más. Para celebrarlo… se sirvió otra copa de Old Forester.

Había crecido como hombre y como escritor entre éxitos y fiestas; fantoches que adoraban el suelo por donde él pisaba, mujeres de bandera que se sentían más atraídas por su aura brillante y sonante, que por lo que realmente escribía. Fantoches y mujeres de bandera que le hacían sentir el amo y señor del universo, mientras le acompañaban… sirviéndose otra copa de Old Forester.

Entre tantos libros vendidos, celebraciones y excesos, se encontró con María, alma libre, poetisa y tan drogadicta como él. En un principio era compañera de noches locas y discusiones literarias. Amante de escarceos secretos y escritos noctámbulos; compartían colchones y tinta. Al cabo de los años él se había instalado en su casa y ella… le servía cada noche un corpiño y otra copa de Old Forester.

Hubo días que sopesó escribir sobre su histeria de amor con María, pero sólo pensar en ver publicada tanta miseria y delirio drogodependiente, le producía ardor de estómago. Se destruyeron el uno al otro. Competían por ser los mejores en las listas de best sellers, los que mejores críticas cosechaban, y los que mejores amantes paseaban a espaldas del otro. La única forma que conocía para olvidar su imagen, su olor y su cuerpo sobre él era… sirviéndose otra copa de Old Forester.

Volvió a darle un repaso mental a todos los clichés, a todas las idas y venidas de sus pensamientos, y con determinación miró aquellos folios en blanco, blandiendo el bolígrafo cual espada; decidido a ser más resistente que la ausencia de sus musas. Para tomar fuerzas se sirvió otra… ¡Hostia puta! Se había vaciado la botella de Old Forester. Miró el reloj, se puso unas viejas zapatillas y se encaminó a la bodega de la Calle Mayor.

Cuadro: "Busto de hombre escribiendo" de Pablo Picasso

viernes, 23 de julio de 2010

Magia

Siempre fue una estudiante prodigiosa, destacaba en cualquier asignatura y en las actividades extraescolares: Solfeo, Ballet, Pintura; también tomaba clases de matemáticas avanzadas. Todas las esperanzas de su familia estaban puestas en ella, sus orgullosos padres la mostraban en cualquier reunión, ataviada de lacitos como el regalo divino que había supuesto.

La llevaban todos los domingos a la iglesia para que pudiera dar gracias a aquel señor clavado en un crucifijo por haberla dotado de tan magníficos atributos. Ella se sentaba en el banquito junto a sus padres y hermanos, y miraba la figura tallada en madera con compasión; entendía mejor que nadie lo que era sentirse observada fijamente por todos los presentes. Le sucedía en clase, en casa, y sobre todo en las reuniones que sus padres organizaban.

Siempre le tocaba representar alguna pieza maestra al piano, o bailar, o cantar. Deleitar a los concurrentes con sus dulces dotes. Después venía la ronda de cálculo mental: su madre, sentada frente a ella, sujetando la calculadora; y todos los presentes lanzando al aire las más complicadas multiplicaciones, que ella resolvía sin inmutarse, antes de que su madre terminara de teclear todos los números en la exacta máquina.

No comprendía cómo no se aburrían del show, para ella la única diversión de aquellas demostraciones era imaginárselos con cuerpos de animales o con las caras deformadas, como si fueran reflejos de los espejos del laberinto de aquella feria ambulante, en la que estuvieron hace unos años… aquella feria ambulante… ese día sí que fue feliz. Entre globos de colores, algodón de azúcar, gofres de chocolate, payasos, equilibristas, domadores… ¡MAGOS!

¡Oh, la magia! Ese día supo que de mayor sería MAGO, con su chistera, su conejo, palomas… y viendo todos los días la felicidad reflejada en caras desconocidas.

Recuerda como se rieron sus padres de aquella chiquillada: “De mayor quiero ser mago, y viajar de pueblo en pueblo haciendo felices a todos los niños del mundo”. “Tú vales para mucho más que eso”, replicaron sus padres. “Algún día serás doctora en físicas como mínimo, no querrás que te traten nunca como un monito de feria, ¿verdad?”

¿Cómo creían que se sentía Claudia cada vez que exponían su inteligencia ante el reto del cálculo mental, frente a todos los petimetres de sus amigos?

jueves, 22 de julio de 2010

Simplemente ellos


Dormían en el coche, en la playa, en hostales con cucarachas si tenían algo de suerte;  incluso había días que se despertaban en casa de gente amable, personas sin miedo que les acogían con los brazos abiertos y desayunos abundantes.

En cuanto Paula cumplió los 18 años se compró el billete de avión a Tenerife. Escapaba de su familia que quería obligarla a ser médico, arquitecta… provecho para esta sociedad a la que se sentía maniatada, de la que había renegado desde bien pequeña. Escapaba para romper esas cadenas que oprimían sus ganas de volar. En el aeropuerto la esperaba Carlos; Paula lo llamaba Atacayte, Ata, como el protagonista de la novela que se leyó con trece años, un guerrero guanche, tan moreno, tan indígena como el joven apuesto que conoció en su viaje de fin de curso.

Estaban enamorados, habían pasado año y medio escribiéndose cartas, deseando que llegara el momento en que ella pudiera viajar sola, sin permiso de su familia.

Ata era mecánico-literario, tal y como ella lo veía, había crecido en el taller de su padre, revolviendo cada herramienta. Los motores no tenían secretos para él. Había absorbido todas y cada una de las palabras que poblaban la biblioteca de su madre; Paula sentía tanta fascinación por su mente como por la destreza de sus manos.

Aunque parecía que el mundo estaba en contra de ambos, sus ganas de estar juntos les hacían luchar desde su propio tanque: el rojo Renault 21 de Ata.

Paula tocaba la guitarra y cantaba, también hacía malabares; él podía pasar horas embelesado escuchándola, observándola. Se dormía tan a gusto en sus brazos, al son de sus canciones de cuna. Gracias a su talentosa compañera tenían dinero para comer, la gasolina y el hachís; alguna vez también pillaron setas o tripis con los que pasarse la noche riendo en plena naturaleza. Tenerife entera era un regalo: el clima, la gente, la comida. Paula entendía muy bien por qué su galán tenía tan profundas sus raíces en esa tierra, como si fuera el mismísimo Drago Milenario. Al Teide habían subido varias veces y curiosamente lo que más llamaba la atención de ella era poder jugar en la nieve sin abrigo, en camiseta de tirantes.

Ata la sentía cada vez más morena, más indígena… más guanche.

Juntos demostraban al mundo cómo se podía vivir sin contratos, sin bancos, sin capitalismo. Soñaban con la sociedad del trueque. Ellos siempre que se llevaban algo, algo dejaban a cambio. Utilizaban el agua fría de las duchas de las playas para lavarse o se colaban en campings, en piscinas públicas. Vista desde fuera su vida parecía un juego de niños. Pero sencillamente como necesitaban tan poco, pocas veces se sentían desgraciados, por eso parecía tan fácil.

A veces se imaginaban que eran guerreros guanches que defendían aquellas tierras vírgenes de los conquistadores españoles y entonces, sí que eran niños jugando en las arenas negras de las playas del norte.

Ata solía observar de reojo a Paula cuando ésta se quedaba mirando al mar con los ojos perdidos en el horizonte, no pronunciaba palabra, no cantaba, sólo respiraba. Él solía esperar recobrar toda su atención, después de dejarla divagar en sus propios pensamientos, que un día quiso compartir con él:

- Podríamos ir a recorrer Europa, Asia… El Mundo tal y como recorremos tu isla

- Yo ya sé que este es el mejor sitio en La Tierra, no necesito experimentar otras culturas para aprender una lección que me sé de memoria -Contestó Ata, soberbio.

- Yo necesito El Mundo más de lo que te necesito a ti


martes, 20 de julio de 2010

Sin estaciones (Sábado, 27 de Mayo del 2006)



Ahora que la soledad se sienta a mi lado, que lo abandono todo al paso, vuelvo a escribir.


Ahora que el verano es gris, que se desvanecieron otoño y primavera y el invierno calienta, ya no hay estaciones, ni cambios; no hay paradas de metro, autobuses llenos o aviones en el aeropuerto.


Despega mi risa y se enreda en fantasías... lejanas, que me mantienen con vida; ahora versos y estrofas organizo; punto y coma a lo desconocido.


(Punto y aparte siempre que para encontrarme, de aquí, intento alejarme)


Al descubrir que la herencia que dejó el ser humano en esta tierra fue matar la primavera, encuentro las fuerzas para juntar, del abecedario, sus letras.


Tan sólo me ha quedado el vano recuerdo de mis diarios, ya no lloro como antes ni rio como esperaba, porque del otoño se perdieron los marrones... ocres y naranjas... porque ya no despiertan los colores.

domingo, 18 de julio de 2010

Noctívago


Pude observar cómo entró por la puerta del Club, arrogante. Caminaba alzado por la soberbia y la impertinencia se enredaba en sus pestañas; tan vanidosa presencia desencajaba con su poca elegancia al vestir: vaqueros caídos y camiseta descolorida; cabellos revueltos que seguramente no se habría molestado en peinar al salir de la ducha.

Ojos enormes, tan claros, tan grises, tan transparentes… tan irreales.

Intentaba seguir el hilo de las conversaciones de quienes me rodeaban, bailar al ritmo de la música, disfrutar de mi cigarro, mi copa… respirar. Pero estaba absorta. Le vi encaminarse lentamente a la barra, sonreír a los que encontraba a su paso; tenía unos labios perfectos, carnosos, sabrosos, tan colorados que resaltaban en su blanco rostro.

Estaba segura de que sabía que le miraba, que sentía mis pensamientos desabrochando su cinturón. Sujetaba su Scotch Ale y se la llevaba a la boca tal y como yo quería que él me tomara a mí. Noté cómo sus ojos se colaban por debajo de mi falda, haciéndome estremecer las entrañas.

Como en una nimia y estúpida comedia romántica desapareció el resto del mundo, la música resonó lejana y sólo quedamos él y yo en aquel taciturno y apagado lugar. Sin explicación coherente, sin motivos tangibles, me dirigía a su encuentro. Me esperaba acodado en la barra, con una sonrisa torcida, casi malévola, como si ya pudiese recordar todo lo que acabaríamos haciendo esa madrugada.

Sobraba cualquier palabra, pues ya había penetrado cada poro de mi piel. Fui yo quien le besó, quien agarró su nuca con fuerza para que no pudiese desenredar mi lengua de la suya. Fui yo quien se terminó su cerveza roja para salir del Club lo antes posible. Fue él quien conducía el descapotable, riendo, aumentando la velocidad rápidamente; la velocidad y mis pulsaciones.

No le quitaba ojo, asustada, excitada. Tenía tanto de arcaico en sus modales, de caballero del siglo XIX, algo que se apreciaba en cualquiera de sus ligeros gestos. Tenía la piel tan fría como pálida. Agarraba el volante con la mano izquierda, mientras que con la otra acariciaba mi pelo, mi nuca, mi cuello, mi nuca, mi cuello… mi cuello.

Hipnotizada, inconsciente, tan irreverente. Yo no hablaba y él sólo arrojaba carcajadas, estruendosas risas que parecían saltar al son de mis pensamientos. Sudaba empapada; se me licuaban hasta los huesos. Estaba desesperada por llegar a… ¿A dónde nos dirigíamos por aquella oscura carretera? ¿Qué confusos propósitos dirigían mi juicio? ¿Por qué me sentía relajada en tan extraña compañía? Mi voluntad estaba siendo manipulada, controlada y me gustaba.

Disminuyó la velocidad de golpe, tuve que apoyarme en el salpicadero pues la inercia dominó mi cuerpo entero; condujo el automóvil por el más tortuoso camino, sin luz, entre árboles con caras sobrecogedoras y ramas amenazantes. Detuvo el coche justo donde nadie podría oírme gritar, donde ni siquiera la luna podría iluminar mi cuerpo desnudo.

Mi deseo se abalanzó sobre aquella insolente bestia que adivinaba con antelación cada uno de mis movimientos. Me apresó con sus garras, me elevó, me besó el cuello… ¿Me elevó? ¿Volaba de verdad o era mi libido la que subía? Me elevó, me mordió el cuello, mi cuello… Sentí mi torso tan húmedo como mis muslos, sentí como volaba. Sentí como dejaba de sentir.

sábado, 17 de julio de 2010

Oda a la soltería (02-11-2006)


Un litro de helado de chocolate
y un paquete de galletas.
Esta noche Hugh Grant en la tele sale,
¿Yo? Sin novio y compuesta.

Mis mejores galas en pijama
y otro capítulo de “Sexo en Nueva York”
-"Tu prima ya está casada
y tú ni siquiera has encontrado el amor".-

Arcaica educación que recibí,
casi obligada a emparejarme,
-"Que sin novio no se puede ser feliz"-
Pues tendré que espabilarme.

Me regalaré algún rato de placer
con amantes de una sola noche.
Hace tiempo que pasó el último tren
…es hora de sacarse el carné pa’l coche.

Solterona y vistiendo santos,
vaticinó la pitonisa hace una semana;
pues que tal día haga un año.
¡¡¡Soltera!!! Yo me voy pa’ La Habana.

Aprovéchense que estamos de oferta,
tenemos 2x1 y buen precio pa’ los amigos.
Al amor nunca se le cierra la puerta,
pero a la libertad se le coge vicio.

Y no veré más comedias románticas
si no es pa’ reírme de los protagonistas.
Que ya no creo en pociones mágicas
que me ayuden a cazar un dentista.

Cuadro: "Dos mujeres corriendo por la playa" de Pablo Picasso

viernes, 16 de julio de 2010

Tarde o temprano


Cerró la maleta, y se sentó junto a ella en la cama, para observar por última vez aquella habitación.

En el tocador ya no había rastro de sus cremas, de sus pinturas, de sus pestañas postizas; en unos minutos tampoco quedaría rastro de su rostro en el espejo.

A través de la puerta entreabierta del armario, se veía el hueco que dejaba su ropa entre camisas y pantalones que colgaban lánguidos.

En las paredes, las sonrisas de las fotos enmudecían; supuso que ya poco quedaba en ella misma de aquella chica abrazada a su cuello.

En la mesilla de noche de Raúl el cenicero guardaba las colillas de la discusión definitiva, y "Trilogía de un vagabundo" reposaba junto a la lamparita; en su propia mesilla no quedaba indicio de su paso por allí.

Se levantó, bajó la maleta al suelo, y tardó en andar los pocos pasos que la distanciaban de la puerta, lo que se tarda en romper una promesa.

Girar el pomo de la puerta quemó la palma de su mano, abrasando tres años de la memoria de sus líneas.

Para salir de la que ya no era su casa, tenía que atravesar el salón donde Raúl vaciaba la segunda botella de Havana Club, con los ojos confundidos... Llevaba esperando meses que no llegase nunca este momento, el instante justo en el que Melisa, atravesaría aquella puerta blindada.
Gracias por tu pequeña gran ayuda, Alan.

jueves, 15 de julio de 2010

“Jabberwocky”, por Lewis Carroll


giroscaban

Brillaba, brumeando negro, el sol;
agiliscosos giroscaban los limazones
banerrando por las váparas lejanas;
mimosos se fruncían los borogobios
mientras el momio rantas murgiflaba.

¡Cuidate del Galimatazo, hijo mío!
¡Guárdate de los dientes que trituran
Y de las zarpas que desgarran!
¡Cuidate del pájaro Jubo-Jubo y
que no te agarre el frumioso Zamarrajo!

Valiente empuñó el gladio vorpal;
a la hueste manzona acometió sin descanso;
luego, reposóse bajo el árbol del Tántamo
y quedóse sesudo contemplando...

Y así, mientras cavilaba firsuto.
¡¡Hete al Galimatazo, fuego en los ojos,
que surge hedoroso del bosque turgal
y se acerca raudo y borguejeando!!

¡Zis, zas y zas! Una y otra vez
zarandeó tijereteando el gladio vorpal!
Bien muerto dejó al monstruo, y con su testa
¡volvióse triunfante galompando!

¡¿Y hazlo muerto?! ¡¿Al Galimatazo?!
¡Ven a mis brazos, mancebo sonrisor!
¡Qué fragarante día! ¡Jujurujúu! ¡Jay, jay!
Carcajeó, anegado de alegría.

Pero brumeaba ya negro el sol
agiliscosos giroscaban los limazones
banerrando por las váparas lejanas,
mimosos se fruncian los borogobios
mientras el momio rantas necrofaba...

Poema extraído de "A través del espejo" de Lewis Carroll

martes, 13 de julio de 2010

En sólo una noche

La primera vez que la miró a los ojos supo que se casaría con ella; no era la mujer más guapa que había besado ni la más inteligente a la que había escuchado, pero puede que fuera una de las más divertidas.

Pasó toda la noche pendiente de sus convrsaciones, de los gestos de sus manos. Se le dibujaba una sonrisa cada vez que oía el excéntrico timbre de su risa.

Ella, tan vanidosa, sabía que era observada y jugaba con su pelo. A veces le dedicaba algún vistazo de reojo, tan descarado como efímero y subía la voz en todos sus comentarios picantes para asegurarse de que era oída.

Se volvió loco por la reina de la fiesta en menos de dos horas. Memorizaba cada detalle. Sabía que se llamaba Adriana, que tenía 24 años y que había terminado historia; se moría por viajar y conocer mundo; le gustaba el negro para vestir en fiestas y el morado, naranja, verde y demás para su día a día. No era ni la mitad de experta que él en literatura pero conocía de memoria los diálogos de Regreso al Futuro, tenía una sensualidad de lo más cómica… Esta chica era diferente.

Por fin consiguió entablar conversación directa, estaban los dos solos, contándose anecdotas de adolescencia, bebiendo vino. El se imaginó el resto de su vida a su lado de esa manera. Ella se preguntaba si sus manos sabrían agarrar su cintura como deseaba, como necesitaba.

Sí, había química, él era todo menos aburrido y se sentía cómoda; Pablo hablaba de su viaje en moto por Italia, de la vida, obra y milagros de Woody Allen y de como los ojos de Adriana le habían hechizado.

Cuando despertaron ella también se había enamorado de sus palabras, de su arrogancia, de su experiencia… No estaba acostumbrada a la madurez, a la estabilidad que un hombre así le podía brindar. Él preparó el desayuno y la acercó a su casa donde dió mil vueltas sobre si misma, se sentía invencible, irresistible.

Un par de semanas después descubrió su primer defecto: estaba bebiendo vino en otra fiesta, hablaba de viajes en moto, de Woody y de como los ojos de Zoe lo habían hechizado.

lunes, 12 de julio de 2010

Abandonado








Cada atardecer él tocaba su guitarra y ella se sentaba a sus pies para admirarlo.
La acústica de aquel salón no era la mejor, pero los ojos abiertos de su pequeña musa era todo lo que necesitaba. Ningún artista tuvo nunca un público tan entregado.
Pasaron los años en un par de acordes y la pequeña ya no cabía en sus pies, empezaba a buscar brazos y manos que le hacían sentir cosquilleos, deseos… Él dejó de encontrar inocencia en sus ojos, no le gustaba como la lujuría adolescente la apartaba de su lado.
Pasaba los atardeceres preguntándole a su guitarra con quien andaría jugando su musa; castigaba sus tardanzas encerrándola de noche en su habitación, mientras le pedía al cielo que echara el tiempo hacia atrás.
…Las mujeres habían sido tan crueles con él…
Su madre prefirió morir a cuidar de él. Luego cuando creció, aquella  diosa egoísta se fue con otro más guapo y rico; por lo menos le dejó en compañía de su mayor tesoro: inspiración para canciones de cuna que daban sentido a todo lo que hacía.
Pero esta última se convertía, nota tras nota, en la pérdida más desgarradora; era consciente de que en un par de acordes más se marcharía, emprendería su propia vida que llenaría de vacíos tal y como a él le había pasado.
Ya no era una niña, era el fiel reflejo de su madre, su viva imagen. Tan altiva y sensual, con minifaldas por bandera y empuñando barras de carmín; quiso retenerla con historias puritanas y barrotes de doble moralidad que les distanciaban aún más.
Rendido observó por la ventana como se montaba en el coche de su último ligue, ese atardecer volvió a quedarse solo con su guitarra, colmado de reflexiones, sin musa a quien cantarle.

miércoles, 7 de julio de 2010

Un día más



















Se despertó a mediodía y saltó por encima de la ropa sucia que había dispersa por el suelo. Los cacharros sin limpiar se amontonaban en la cocina; encendió un cigarrillo junto a la cafetera.

Los dos gatos que solían visitar su ventana, reclamaban su atención, tan escuálidos comos sus propios brazos. Buscó en el armario de las conservas, pero no había ido a la compra en una semana… no tenía nada que compartir

Tras ahogar sus pensamientos vacíos en aquella taza de café, decidió que era el miércoles perfecto para tirar por la borda toda la esperanza ¿O era quizás el jueves perfecto? Tampoco importaba.

Xana (17-05-2001)




He venido aquí cada día a intentar observarte. He sentido tu presencia junto a mí y tu espíritu ha desgarrado mi alma. Leo tu nombre, que se repite constantemente en mi cabeza, aunque jamás lo había pronunciado antes. Ahora quisiera que tus oídos vacíos oyeran el eco de mi mente gritándolo. Xana... mi ángel de fuego eterno.

Vine a buscarte por primera vez con el corazón desgastado, falto de vida como tú, para poder preguntarte: ¿Fue ilusión o pudo ser futuro pleno? La duda abrasaba mis venas y el dolor se mostraba en mis extremidades; al final siempre caía sobre la piedra y mi puño golpeaba contra esa maldita fecha, suplicaba que tu voz resonara en mi mente, susurrándome.

Te convertiste en una obsesión en la que desahogarme; los crisantemos lloraban conmigo mientras te describía las largas noches de un poeta solitario. Mis dedos solían resbalar por tu fría piel, pálida...

Buscaba tu mirada al otro lado de un muro impenetrable y al marchar dejaba parte de mi melodía resonando entre las paredes de tu cárcel. Te dejaba atrás, sola y silenciosa... imperturbable. Al día siguiente la incipiente necesidad de hablarte que dominaba mi razón hacía que regresara a tu lugar de reposo. Tu muerte se convirtió en mi vida, arrastrándome a tu lado. ¿Pudo ser futuro pleno? Pudo ser todo lo que tus deseos hubieran dictado. En tu esclavo me había convertido y en sacrificio me ofrecí.

Mi sangre fluirá por tu cuerpo para que seamos sólo uno; volví cuando el Sol murió para morir con él. La Luna iluminó mi último aliento.

Algo había estado creciendo en mí, todo lo que un día fuiste se había adueñado de mi ánimo y alimentaba mi motor recorriendo por mis venas cada punto de mi cuerpo. Tu muerte me dio vida y me inundó.

Cuando cayó la oscuridad sobre tu lúgubre morada me acurruqué encima de ti y momentos antes de encontrarte supe la verdad: te amaba, OH Xana...

Tu fuego me ha consumido; sólo soy cenizas; sólo soy tú.